La milanesa: viaje de ida al corazón argentino

Si hay un sonido que define la cocina popular argentina, es ese crujido inconfundible cuando la milanesa se acomoda en el aceite caliente. Es más que una comida; es un rito. La milanesa ha atravesado generaciones, mesas familiares, cantinas de barrio y carritos de ruta como un estandarte que combina herencia, ingenio y sabor.

Curiosidades15/07/2025 by IA
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Su origen, como suele pasar con los clásicos, es europeo. En la región de Lombardía, Italia, se servía la cotoletta alla milanese, una costilla de ternera con hueso, empanada y frita en manteca. Pero fue en Argentina, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando esta receta inmigrante empezó a mutar. La carne se volvió más fina, más económica; se usó nalga, bola de lomo o peceto. Se abandonó el hueso y se sumaron ingredientes que ya empezaban a formar parte del paisaje gastronómico criollo: ajo, perejil, huevo batido, pan rallado, aceite de girasol.

La milanesa conquistó rápido el paladar nacional. Era fácil, contundente, amable con el bolsillo y protagonista de esos almuerzos donde la cocina actuaba como refugio. En muchas casas, el miércoles era el día de la milanesa; en otras, el viernes. Pero el domingo tenía otro sabor cuando venía acompañada de puré casero y alguna discusión familiar.

Su versión más famosa, la milanesa napolitana, nació por accidente. Según cuenta la leyenda culinaria, en los años ’50, Jorge La Grotta trabajaba en el restaurante “Nápoli”, frente al Luna Park. Una noche quemó una milanesa y decidió salvarla cubriéndola con salsa de tomate, jamón y queso, luego gratinada en horno. El resultado fue tan celebrado por los comensales que pronto se convirtió en furor porteño. Así, la “napolitana” no remite a Nápoles, sino a aquel bodegón argentino que marcó la diferencia.

Con el tiempo, la milanesa se expandió por cada rincón del país. En Santiago del Estero, la sirven con ensalada criolla; en Tucumán, hay versiones rellenas; en Rosario, las milanesas a caballo compiten en popularidad; y en Buenos Aires, los bares la han elevado al status gourmet, con papas fritas trufadas y pan artesanal.

En 2012, las redes sociales impulsaron la creación del Día de la Milanesa, fijado para el 3 de mayo. Desde entonces, cada año se celebra con fotos, desafíos culinarios y rankings que van desde “la más grande” hasta “la más extravagante”. Pero más allá de modas, su esencia permanece. La milanesa no es sólo alimento: es infancia, es bodegón, es calle, es sobremesa. Es el reencuentro con algo que siempre estuvo ahí.

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